Este reconocido lingüista holandés, llegó al
país como invitado al congreso de Análisis del Discurso
El holandés Teun Van Dijk es uno de los lingüistas más reconocidos en
el mundo por estudios y análisis sobre el discurso. Desde hace 30 años,
centró sus investigaciones en determinar cómo las palabras promueven, de forma
consciente o inconsciente, la violencia, la discriminación y la desigualdad.
"
Estudio el discurso del racismo como sistema de
dominación", afirma Van Dijk, que está en Colombia como invitado al
congreso de la Asociación Latinoamericana de Análisis del Discurso, Alad (que él
cofundó hace 16 años), y a inaugurar el doctorado de Educación y Sociedad en la
Universidad de la Salle.
Van Dijk ha analizado el tema tanto en Europa como en países
latinoamericanos, tanto que uno de sus libros lleva como título Discurso y
racismo en América Latina. En este caso habla de la situación de exclusión de
grupos indígenas y afrodescendientes.
Usted plantea que el racismo se reproduce principalmente mediante las
élites...
Si buscamos la responsabilidad primera, vamos a encontrarla en las élites, en
efecto. El racismo no es innato. Nadie nace siendo racista. Se aprende a serlo
mediante el discurso, primero el que recibes de los padres, luego el que lees en
los libros de texto, después en la televisión, y luego en los discursos
públicos, de los políticos. Los responsables de estos discursos pueden resumirse
en tres P: políticos, profesores y periodistas. Son ellos quienes tienen el
control del discurso y, desde esa posición, exageran las diferencias entre
nosotros. Pueden hacerlo por medio de una discriminación abierta -no dejar
entrar a tu barrio, a tu oficina, a tu tienda, a tu país a quien es diferente- y
una discriminación no visible, cuando las diferencias están en tu mente y de
forma normal asociamos lo negativo con otros y lo positivo con nosotros.
¿Se trata siempre de una conducta intencional?
No necesariamente. La gente a veces ni siquiera se da cuenta. Entonces se
pregunta: "¿yo, racista?". Pero si observas los diarios ves que hay 100
artículos sobre indígenas o afrolatinos, por ejemplo, y todos tratan de temas
negativos. Es algo que ya forma parte de la cultura. Muchos hombres también son
machistas sin darse cuenta. Por eso la sociedad necesita des-aprender este
comportamiento. No va a cambiar de forma espontánea. Con el racismo explícito es
más fácil, porque es más reconocible. De hecho, hay leyes contra la
discriminación en todos los países; en Colombia está la Constitución del 91.
Pero luchar contra lo implícito es más complicado. De acuerdo, contratas a un
negro en tu empresa. Pero ¿y si luego no cooperas con él en el trabajo? ¿Eso
cómo lo controlas?
¿Cuáles son las estrategias de discriminación que ve con más
frecuencia en los textos?
La más sencilla: enfatizar lo positivo de nosotros -los blancos, los
modernos, los buenos- y lo negativo de las minorías. En los discursos de los
diarios puedes ver las imágenes que utilizan, qué citan, a quién entrevistan, a
quién no le dan la palabra. Cuando hay un conflicto ético en el país, por
ejemplo, ¿a quién le van a preguntar primero? ¿A los líderes de las minorías?
No. Van a hablar otra vez con el alcalde o el presidente o el abogado
blanco.
Habla del uso de las metáforas como algo recurrente.
Las metáforas son muy típicas. Una pregunta: ¿cómo llegan los inmigrantes a
España? ¿En avión? ¿En barco? No. Ellos vienen "en olas". Siempre vienen en
olas. Así los describen. Es una metáfora muy fuerte porque de inmediato evoca
avalancha, una idea negativa. Sientes ahogarte en los inmigrantes. Lo mismo
sucede con la ola de delincuencia que se lee en América Latina. Cada palabra
provoca una comunicación emocional que debe tenerse muy en cuenta.
¿Tendría que pensarse, según usted, en un cambio desde los libros
escolares?
Tiene que ser desde ahí, porque en los libros infantiles ya están inmersos
estos conceptos. En esos libros, los héroes son los chicos y no las chicas. Y
los chicos blancos. De pronto aparece un amigo de color o un indígena, pero
nunca es el protagonista. La representación de la minoría es nula. En los libros
de texto de las escuelas se habla de que los indígenas eran grandes guerreros.
Eran. Pero ahora son salvajes e, incluso, terroristas porque están ocupando
tierras, sus propias tierras, por cierto. En estos textos empieza el énfasis que
planteo: lo bueno de nosotros y lo malo de otros.
De acuerdo con sus estudios, ¿se debate lo suficiente sobre racismo y
exclusión?
De racismo no se habla. Es casi imposible. Doy un ejemplo: hace poco hice un
análisis del diario El País, de España. Sumé cuatro mil artículos referentes a
racismo, pero todos hablaban de otro país. Nada sobre España. Solo uno se
refería al racismo español, pero la mitad del texto era negándolo. Esto es
grave, porque de la misma manera que se aprende a ser racista, se aprende a ser
antirracista. Pero sin hablar es imposible.
¿Ha visto avances en el discurso sexista?
Es un hecho que el feminismo de los años 60 cambió mucho el discurso sexista,
lo hizo más diverso y más inclusivo. Ha cambiado, aunque no está aún en un
estado perfecto. Es cierto que hay presidentas en varios países
latinoamericanos, por ejemplo, pero eso no quiere decir que las mujeres de esos
países tengan poder.
¿Y el discurso sobre la comunidad homosexual?
No es un tema en el que me haya centrado. Pero la discriminación funciona de
igual forma y a veces peor. Si una minoría se combina con otra -sexualidad
diferente en este caso- es mucho más complicado. Una mujer negra y homosexual,
por ejemplo. Pero, en general, las estructuras de discriminación son las mismas.
Sus análisis hablan de la importancia del contexto.
Es indispensable analizar el discurso completo. La interpretación siempre va
a depender del contexto. Tú puedes decir las mismas palabras, pero con
intenciones diferentes.
Un discurso tiene la fuerza de unir o desunir...
Totalmente. Por eso en mis investigaciones hablo del discurso como forma de
inclusión o de exclusión en la sociedad. El racismo es la exclusión de las
minorías. Está lo explícito -el policía que en la frontera no te deja entrar o
te controla de más-, pero está el discurso, también. El no darte la palabra, no
pedirte la opinión, no hablar sobre tus problemas o minimizarlos. Como un
discurso desune, puede unir. El feminismo es un ejemplo: fue posible gracias a
la solidaridad de las mujeres.
Es importante para la paz.
Hablar es la manera más importante de hacer la paz, aunque muchas veces
también es la condición de hacer la guerra. Grandes matanzas de la historia han
sido causadas por discursos. La matanza masiva de los judíos empezó con una
preparación de la mente mediante el discurso. Todas las formas concretas de
discriminación -no dar trabajo, no dejar entrar en tu familia, casa, barrio,
club- se preparan primero con palabras. Porque tú solo puedes excluir cuando
antes tienes una idea de que otro es diferente. El discurso es muy poderoso y la
gente no se da cuenta de su poder . Por un lado, es la forma de interacción
entre las personas y, por otro, es fundamental en la creación de los modelos y
los esquemas mentales.
Se supone, además, que mantener el racismo favorece a las élites de
las que usted habla...
El racismo es un sistema de dominación, y obviamente la dominación tiene
grandes ventajas. Si los hombres no quieren a las mujeres en sus empresas, es
porque pretenden mantener en sus manos el control, los mejores sueldos, las
mejores posiciones. Lo mismo sucede si no dejas entrar a determinados grupos en
tu país. Todo tiene que ver con intereses socioeconómicos. Las élites no quieren
compartir el poder. Lo que he descubierto en mis análisis de textos es que la
prensa de izquierda -que antes se alejaba de los discursos de exclusión- es la
que actualmente más critica las cuotas de gente negra, de mujeres y de minorías.
El discurso que antes pertenecía explícitamente a los grupos considerados de
extrema derecha ahora se repite en todos los partidos políticos. Es algo que veo
en mis estudios.
¿Conoce casos en los que ha logrado modificarse este comportamiento?
Claro. El ejemplo del discurso feminista esta ahí y tiene influencia en
muchas áreas de la sociedad. Con el racismo hay muchos menos casos, incluso en
países donde las minorías son casi mayorías, como en Brasil. Pero siento que si
enseñamos sobre el tema (que es lo que yo hago) hay una posibilidad de ir
desarrollando un discurso antirracista, de que la próxima generación de
periodistas a los que damos clases sepa lo que es racismo en la prensa. Es un
comportamiento de siglos y aprender lo contrario exige paciencia. Es un proceso
muy lento. Se trata de cambiar la cultura y la mente de la gente, no es una cosa
que se solucione con una ley. El discurso oficial puede incluso no ser no
racista, pero eso no querrá decir que haya cambios en la calle.
María Paulina Ortiz
Redacción EL TIEMPO